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Son monísimas

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Estamos terminando un día largo cenando en La Barrosa, en una noche calurosa, sin viento y con todos los mosquitos del cielo curioseando por nuestra mesa. “Verás mañana cómo voy a estar de picaduras”. Las niñas no han parado de llorar en toda la noche (por no decir que en todo el día) y para que podamos terminar de cenar, cojo a Abril e intento distraerla y convencerla de que quizás no es el mejor momento de gritar y llorar. En un restaurante llevar a dos niñas de seis meses es muy delicado, primero todos te sonríen al verte llegar y dicen o escuchas “Son monísimas”, y luego, si sucede lo que siempre sucede, que gritan y lloran, prefieres no levantar la mirada y comer tan rápido como puedas para huir sin dejar rastro, porque esos mismos que decían que son monísimas te hacen sentir el reproche incluso sin mirarlos.

Pero Abril milagrosamente sonrió y se relajó. Dejó de llorar. “Alguna tontería que le he dicho habrá funcionado”. Pero no, mi suegra que está intentando terminar de cenar me advierte que a Abril le rebosa la caca por encima del pañal, empapa el pantaloncito, y de paso, mi camiseta. Con las milagrosas toallitas intento disimular el regalo de mi hija y pago la cuenta. Como queremos terminar bien la noche, olvidando el mal rato de los mosquitos y los gritos de las niñas, ahora que están dormidas intentaremos dar un paseo por la playa hasta una heladería. Vamos mi suegra, mi novia, las dos niñas, el cerco en mi camiseta, y yo. Ese es el momento en el que te abres paso entre todos los turistas que abarrotan La Barrosa y vuelves a escuchar el “Son monísimas”, y yo asiento con mi mejor sonrisa de imbécil con un cerco empapado en la camiseta y mi mujer quejándose de todas las picaduras de los mosquitos, como si yo tuviera la culpa, que parece que sí. La gente sigue abriéndose paso para que podamos avanzar, y sonríen con ese consenso paternalista dirigido a una pareja joven con sus dos bebés.

Ya en la heladería, y sentados frente al mar, a la una de la mañana y con brisa las cosas se ven de forma diferente. Abril y Adriana se despiertan, pero están hipnotizadas como siempre que algunos de los dos tenemos una cuchara en la mano, en este caso con helado. Para que no vuelvan a clavarse sus llantos y escandalera en nuestras nucas, le dejamos que prueben un poquito de helado, sonríen, y vuelven a dormirse. Es el momento perfecto para huir, aún con el cerco en la camiseta, volver a abrirnos paso entre la gente y llegar al coche y luego a casa, donde las abrazamos hasta que se duermen.

Fue una noche perfecta, de no haber sido por los mosquitos, la gente, los llantos y el cerco. Algún día le contaremos estas aventuras, que hoy os contamos a vosotros con cara de circunstancias, últimamente vivimos entre el Emoji del llanto y el descojonarse. Y viceversa.

La entrada Son monísimas se publicó primero en Pablo Garcés.


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